miércoles, 22 de abril de 2015

Leyenda Urbana - Rufina Cambaceres.


Rufina Cambaceres
1883- 1902

    La historia de la señorita Rufina Cambaceres se contó de generación en generación y cada boca que la relataba iba agregándole algo distinto, es por eso que hoy en pleno siglo XXI no se puede conocer una “única verdad” de esta historia.
     La hipocresía de una época también hizo lo suyo, ya que los prejuicios de comienzos de siglo pasado eran tanto que se tejieron por aquel entonces cientos de versiones diferentes.

   La familia de Rufina vivía en una distinguida y hermosa casona en la calle Monte de Oca del barrio de Barracas casi enfrente de la Casa Cuna (hoy ya demolida), a pesar de su opulencia su familia estaba signada por el “malquehablar” de la época, esto fue porque  Eugenio Modesto del Corazón de Jesús Cambaceres  
de la alta aristocracia argentina, abogado, graduado en la facultad de derecho, que había sido elegido diputado por la legislatura porteña en 1871 era muy transgresor para su época. Durante su mandato presentó un proyecto de separación de la Iglesia y el Estado que produjo un gran escándalo en la sociedad de la época.
En 1876 se dedicó a escribir, logrando poner ante los ojos de todos, la hipocresía de la “santurrona” alta sociedad porteña de fines de siglo XIX con sus urticantes obras.
Para colmo de males, en uno de sus viajes a Europa conoce a Luisa Baccichi (foto), una bailadora austríaca con la cual se casa y regresa a Buenos Aires.

Recordemos que por aquel entonces toda mujer que integraba una compañía de baile era considera menos que una “prostituta”, tal es así que al apellido de luisa rápidamente lo trasformaron en “bachicha” siendo tomado en sorna en todas las fiestas de la alta sociedad porteña.
En ese contesto nace un 31 de mayo de 1883 Rufina, una niña que creció retraída de cara a todas las cosas que tenia que escuchar de su familia, para colmo de sus males a la edad de 5 años pierde a su padre.
Rufina pasó su niñez entre la casona de Monte de Oca y un Campo heredado de su abuelo Llamado el “El Quemado” allí se refugiaba y soñaba de “cómo iba a ser su vida cuando creciera”.

Los días pasaron rápido y Rufina poco a poco se fue trasformando en una adolescente encantadora, heredando muchas de la “dotes de su madre” que aunque ya mayor, conservaba muchos de sus encantos. Tal vez será por eso que Luisa supo conquistar hasta el mismo “pretendiente” de su hija, que no era otro que Hipólito Yrigoyen un político muy influyente de la época.
Un versión de esta historia indica que Yrigoyen (que por aquel entonces tenia 45 años) conoció a Rufina cuando ésta tenia tan solo 15 años. Él frecuentaba su casa y la niña ta vez se enamoró por falta de una imagen paterna. Recordemos que por aquel entonces “era muy común que señores grandes filtrearan y se casaran con adolescentes a pesar de una diferencia grande de edad”.

No se sabe si Yrigoyen correspondía el amor que sentía la niña, pero sí sabemos que (el que iba a ser presidente de los argentinos en 1916) mantenía una relación con Luisa, de hecho de esa “pasión” nació un hijo Luis Herman Irigoyen que (auque reconocido con el tiempo) tubo que cambiar la Y por una I latina.
De esto nada sabia la joven Rufina, ella seguía con su “sueño idílico” y tanto sus amigas y su madre alimentaban la pasión de la soñadora adolescente.
Según los “corillos” que se dijeron por en aquella época (y no sabemos si influenciado por la mala imagen de Luisa o que) era que “Bachicha dopaba a su hija”, con somníferos para realizar encuentros “furtivos” de amor con Yrigoyen en su casa de Montes de Oca, tal vez, esta versión salió para de algún modo “justificar” lo que le sucedió con el tiempo a la pobre Rufina.

La supuesta muerte de Rufina
     El 31 de mayo de 1902 Rufina cumplía 19 años, durante años había alimentado sus sueños que el mismo Yrigoyen se había encargado de hacer crecer, ya mayor (se imaginó) que es noche era especial y que luego de festejar con una tertulia en su casa e ir al Tetro Colon a escuchar una orquesta sinfónica, llegaría por fin el momento de darle rienda suelta a todo el amor (que según ella) se prodigaban.
Pero ese día, mientras Rufina se preparaba para la gran velada, una amiga se encargó de abrirle los ojos y le explicó lo que todo el mundo en definitiva sabía.
Le habló de “la pasión de su madre con su pretendiente” y que en realidad “su medio hermano era hijo de Yrigoyen”.

    A Rufina Cambaceres en ese momento “se le paralizó el corazón” y esto es literal”.
    Los gritos de los sirvientes que vestían a Rufina alertaron a todos los presente, su madre corrió a su habitación y vio a la joven cumpleañera sin signos vitales en el piso, un médico que se encontraba en la casa trató de reanimarla pero no pudo, después, dos médicos más confirmaron su muerte “síncope” aseguraron y rubricaron.
Rápidamente Rufina fue alojada en la bóveda de su tío Antonio Cambaceres, estanciero de gran fortuna y director del Banco provincia de Buenos Aires, donde también estaban los restos de su padre.


    Lo que sucedió después sólo Dios y Rufina lo saben, lo cierto es que un cuidador durante su ronda diaria escucho golpes que provenían en dirección de la cripta donde había sido depositada un día antes Rufina, éste sin percatarse demasiado (y conciente de que seguramente había sido uno de los tantos gatos del cementerio) pegó un ojo sobre el vidrio de la gran puerta de hierro de la bóveda y notó que el cajón de Rufina estaba levemente corrido del estante, rápidamente avisó a la familia, que acudió de inmediato que sin preocupación acomodo el féretro nuevamente en su lugar, sin dar demasiada trascendencia al curioso hecho.
    La leyenda cuenta que su abuela en Italia al enterrase de lo sucedido viajó lo más urgentemente posible a Buenos Aires (recordemos que en aquel tiempo sólo existía el barco para comunicarse de un continente a otro) y a su llegada ordenó abrir el cajón de su nieta a penas unas semanas muerta. Al abrir el ataúd de encuentran con el espantoso cuadro aterrador, el cuerpo de la bella adolescente de espaldas y su cara toda arañada, seguramente de la desesperación.


    Rufina no estaba muerta, había tenido un ataque de catalepsia y había despertado dentro de se ataúd, golpeo y trato con todas sus fuerzas poder salir, pero no pudo. Tal vez, pensó en ese momento “que sentido tenía seguir viviendo si toda su vida había sido una mentira”, pero igual luchó y se aferró a la vida al menos por instinto.
El de Rufina fue el primer ataque de cataléptica que registro el país y a partir de allí alguno dicen que a los muertos se los empezó a velar al menso 24 hs. después de fallecidos.
Su abuela mando a construir un nuevo féretro, este sin ningún tipo de cerramiento y con su tapa apenas apoyada (por las dudas)

además, mando a construir un monumento en su honor en mármol estatuario de Carrara (que se encuentra en la ochava de la bóveda), para que nadie olvide su historia, allí se la ve a Rufina con una mano desfalleciente, tratando de abrir una puerta y una lagrima cayendo por su mejilla derecha, tal vez por su penosa vida, o lo ridículo de su muerte en el mismo día de su cumpleaños, o por su amor…ése que jamás fue correspondido.

fuente:
https://mortaja.wordpress.com/rufina-cambaceres-%E2%80%9Cla-que-desperto-de-su-muerte%E2%80%9D/

Leyenda Urbana - SANGRE ESCOLAR – LEYENDA URBANA DE MONTE GRANDE


    Cuenta la leyenda que hace muchos años la directora de un prestigioso colegio de la zona de Monte Grande en una revisión rutinaria de las instalaciones de la escuela, encontró el cadáver de la señora de la limpieza tirado en el baño en un gran charco de sangre. Tenía la ropa llena de sangre y su cuerpo de profundas heridas. Su cara estaba absolutamente demacrada y aplastada.
Aterrada, llamó a la Policía y estos se llevaron el cadáver, al parecer había muerto tras varias horas de crueles torturas.
    Nunca se descubrió al culpable y la memoria de lo sucedido fue pasando de generación en generación de estudiantes, que contaban la historia entre burlas y sin darle la mayor importancia.
Actualmente se dice que, si te encierras a solas en el baño, puedes sentir como la mujer toca la puerta… Si cometes el error de abrirle, su espíritu atormentado entrará y te torturará del mismo modo que lo hicieron con ella.

lunes, 20 de abril de 2015

Mitología y valores.

¿Cómo utilizar el mito en el contexto educativo?


   La pregunta de cómo surgen, cómo se perpetúan y transforman los mitos a lo largo de generaciones es una de las que más quebraderos de cabeza ha ocasionado a historiadores, antropólogos, sociólogos y demás especialistas en la materia. Aunque todos ellos han aportado su granito de arena al tema, ninguno ha conseguido dar con la clave. ¿Por qué surgen los mitos? ¿Por qué las sociedades articulan su visión del mundo en torno a una serie de relatos que explican la realidad que les rodea? La explicación tradicional sitúa el pensamiento mítico en la fase más primitiva del desarrollo de la Humanidad, antes de que se diera paso al raciocinio y al uso del logos, de la lógica, para explicar la realidad. No hay duda de que el mito está enraizado en lo más profundo de nuestro ser; sin embargo, aunque hayamos dado en apariencia el salto hacia el logos de forma plena, los mitos siguen vivos en nuestra sociedad del siglo XXI. ¿Por qué nos siguen fascinando los relatos míticos? ¿Por qué, si sabemos que el Sol es una estrella alrededor de la cual gira el planeta Tierra seguimos leyendo con pasión el mito de Faetón y su carro celeste? ¿Por qué sigue fascinando la idea de que la sucesión de las estaciones se debe al rapto de Perséfone y al pacto que obliga a ésta a permanecer medio año junto a su esposo en el Hades y medio año junto a su madre en la superficie?
    Los mitos han conservado su fuerza prácticamente intacta después de casi tres milenios de vida. El poder sugerente de los mitos lo entendieron muy bien los eruditos medievales, que aunque ya no creían en aquellos dioses paganos tan llamativos, siguieron utilizando sus historias para enseñar lecciones morales a los creyentes. El mito podía ser una gigantesca mentira, pero eso no invalidaba su mensaje. ¿Podemos utilizar este mensaje en el ámbito educativo del siglo XXI?
    Hay muchas razones por las que la mitología clásica debería estar presente de forma constante en un buen plan de estudios, desde la más tierna infancia hasta el bachillerato. Dejaremos de lado cuestiones cruciales como que sin conocer la mitología clásica es imposible entender la Historia del Arte o la Literatura de cualquier época. Dejaremos de lado el hecho de que nuestras ciudades sigan plagadas de símbolos mitológicos que pasan desapercibidos a los ojos de los no iniciados. Centrémonos sólo en cómo los mitos pueden contribuir a una educación en valores. En un momento en el que la asignatura de Educación para la Ciudadanía está a punto de ser suprimida por la enésima reforma ministerial, en un momento en el que la Filosofía y la Ética quedan relegadas a un papel de simple adorno testimonial, la mitología puede tratar de cubrir el vacío que dejan estas materias. La mitología clásica ha sido durante siglos, incluso milenios, el vehículo para transmitir los mejores valores de la sociedad occidental. Lo hicieron los propios griegos y romanos, lo hicieron los eruditos medievales y lo hicieron los maestros de la Ilustración. Sería de locos ignorar esta larga tradición que tantos éxitos ha cosechado. Una enseñanza puede transmitirse de manera abstracta, pero desde luego prende de forma mucho más profunda y duradera si se la dota de un contexto atractivo. Ese es el papel que puede cumplir la mitología. Veámos algunos ejemplos.
    Aunque algunos grupos ultraconservadores se resistan a ello, uno de los principales campos de trabajo de los planes de acción tutorial es el de la educación en el respeto a la variedad afectiva y sexual. Todavía hoy, por desgracia, presenciamos casos de homofobia, transfobia y acoso entre jóvenes que podrían solucionarse potenciando la educación en el respeto a la diversidad frente a la heterosexualidad como norma impuesta. El mundo antiguo nos ofrece una gran cantidad de ejemplos positivos de personajes homosexuales y bisexuales que pueden ser ofrecidos para que los alumnos entiendan la variedad como la tónica habitual. Nuestra visión del mundo suele asociar al homosexual con debilidad y afeminamiento. ¿Y si el alumno supiera que el poderoso Hércules tuvo amantes de su mismo sexo? ¿Qué decir de la relación entre Aquiles y Patroclo? ¿Y Apolo y el joven Jacinto? Con estos ejemplos, el mito permite al niño o al adolescente entender que a lo largo de la Historia han sido muchas las maneras de entender la realidad del amor y el sexo, y sacar como conclusión que la tolerancia es el único camino posible.
    ¿Qué mejor manera de combatir el machismo en las aulas que estudiando casos de mujeres fuertes que vivieron en pie de igualdad con los hombres? Pese a que la sociedad griega y latina fue esencialmente machista, no es difícil encontrar en la mitología ejemplos de estas mujeres que no se dejaron someter jamás por varón alguno. Basta pensar en las diosas Atenea o Artemisa como casos de féminas poderosas que nunca cedieron ante hombre alguno en fuerza o destreza en sus campos.
¿Queremos enseñar el valor de no juzgar a los demás por su apariencia? Ahí tenemos el magnífico pasaje de Ovidio sobre Filemón y Baucis y la manera en la que agasajaron a los dioses Júpiter y Mercurio disfrazados de mendigos. ¿El valor de la inteligencia frente a la fuerza bruta?
Dioses del Olimpo
 Homero nos da la respuesta en sus versos sobre Odiseo frente al cíclope Polifemo.
Con total seguridad, podríamos encontrar un mito adecuado a cada enseñanza que quisiéramos transmitir a nuestros alumnos. No en vano, estamos hablando de un patrimonio cultural que se forjó a lo largo de varios milenios y que las civilizaciones posteriores han ido enriqueciendo hasta llegar a nuestros días.

    ¿Cuál es el contexto en el que podríamos utilizar estos mitos? ¿Sólo la asignatura de Cultura Clásica o el tan maltratado Latín? Sería un craso error hacerlo así. El uso de la mitología como transmisora de valores puede tener cabida desde las amplias asignaturas de cualquier ciclo de primaria como, desde un punto de vista más maduro, en las asignaturas de Lengua o Ciencias Sociales de secundaria. ¿Por qué no utilizar los mitos también en las horas de tutoría para abordar dinámicas y reflexiones con los alumnos? Lo mitología no tienen límites, ni los tiene el aprovechamiento que los estudiantes puede hacer de ella.
    No hay más remedio que tocar, por último, la gran limitación que pueden encontrar los docentes a la hora de poner en práctica este uso de la mitología como transmisora de valores. Una limitación que no es otra que las carencias en formación clásica que los docentes en primaria y la mayoría de los especialistas en secundaria suelen presentar. Poco espacio hay para la literatura y la mitología clásica en los programas de formación de maestros de primaria y profesores de secundaria. Hacer un sondeo entre el actual cuerpo de docentes para averiguar cuántos de ellos conocen los mitos de Apolo y Dafne, Narciso o Aracne, por citar sólo algunos de los más conocidos, ofrecería un resultado tan vergonzoso que sonrojaría a cualquier político mínimamente responsable. Con estas carencias como punto de partida, resulta muy difícil abordar un cambio que no pase por modificar la formación de los docentes en materias clásicas. Hace cien años que un profesor desconociera las Metamorfosis de Ovidio resultaba impensable. Hoy, por desgracia, es la norma habitual.
fuente: http://portalmitologia.com/mitologia-y-valores-como-utilizar-el-mito-en-el-contexto-educativo

martes, 7 de abril de 2015

El mito de Prometeo - Tres versiones


Versión 1
El mito de Prometeo
(Platón, Protágoras, 320d-321d)
<< ... Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución "Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas ". Con este permiso comienza a distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que para aquellas, a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A las que daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse, en tanto que a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él, las salvaba.
    De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A algunas les puso en los pies cascos y a otras piel gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos distintos a cada una: a una hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras raíces. Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. Concedió a aquellas descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran fecundidad; procurando, así, salvar la especie.
    Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.

    El hombre, una vez que participó de una porción divina, fue el único de los animales que, a causa de este parentesco divino, primeramente reconoció a los dioses y comenzó a erigir altares e imágenes a los dioses. Luego, adquirió rápidamente el arte de articular sonidos vocales y nombres, e inventó viviendas, vestidos, calzado, abrigos, alimentos de la tierra. Equipados de este modo, los hombres vivían al principio dispersos y no en ciudades, siendo, así, aniquilados por las fieras, al ser en todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio, adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra contra las fieras, porque no poseían el arte de la política, del que el de la guerra es una parte. Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: "¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?".
    Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?. "Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad''.>>


Versión 2
Prometeo
   En el barro esculpí a la Humanidad Dándole al primer hombre su existencia, Y logré asegurar su preeminencia En un mundo de fiera hostilidad.
Rompí las reglas por necesidad (todo es común en caso de emergencia), y acepté, aún siendo injusta, la sentencia que hirió mi cuerpo, no mi dignidad.
   Prendí mi antorcha en el sagrado fuego Del sol, y se lo traje a los mortales Pagando mi bondad con mi agonía.
Quizá quebré las leyes, no lo niego; Pero fue por seguir los ideales Del corazón, no de la letra fría.


Versión 3
EL MITO DE PROMETEO
   Prometeo, según la mitología griega, es un héroe y titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Por esta causa Zeus le encadenó a una roca en el Cáucaso, en donde un águila le devoraba cada día el hígado, que se le renovaba durante la noche. Fue liberado de este suplicio por Heracles-Hércules. Otra leyenda decía que, cumpliendo el mandato de Zeus, había creado al primer hombre de barro. Asimismo se decia que fue él (Prometeo) quien inspiró a Deucalión la creación de un barco para que Pandora pudiese realizar su viaje.
   Según la mitología griega, Prometeo era hijo de Japeto, otro titán, que además de Prometeo tuvo a los siguientes hijos de una Oceánide: el insolente Menecio a quien Zeus precipitará en el reino abismal de los muertos; Atlante, que será condenado a sostener en sus hombros el peso del cielo; Epimeteo, quien por su irreflexión será un gran daño para los hombres, al aceptar como esposa a Pandora. Así pues, Prometeo, hijo de Japeto y de la Oceánide Eurimedonte (algunas fuentes dicen que el nombre de la madre de Prometeo es Climene), es contado entre los titanes, y en la rebelión contra Cronos peleó al lado de Zeus y trató de llevar a su lado a Epimeteo.
   Era Prometeo sumamente diestro en todo arte. Zeus que lo dejó presenciar el nacimiento de ATENA-MINERVA, le enseño astronomía, arquitectura, medicina, metalurgia, navegación, y en general todo lo necesario para la vida humana. El (Prometeo) en su bondad transmitió sus conocimientos a los mortales. Irritado Zeus ante el progreso humano, quiso acabar con todos los hombres. Se interpuso Prometeo en su defensa. Se hizo un sacrificio en Sición y había una discusión acerca de las partes de la víctima que tocaban a los dioses y las que tocaban a los hombres. Fue invitado como arbitro Prometeo.
   Partió Prometeo el buey en dos partes, pero formó porciones desiguales: por un lado puso la carne y las entrañas del buey envueltas en la piel, como si fuese el simple esqueleto del animal, y por otro cubrió los huesos con grasa abundante.
   Zeus entonces observó lo desigual de las partes, mas Prometeo lo invitó, sin embargo a escoger libremente. Y Zeus, que había reconocido el engaño, pero que quería también denunciarlo en flagrante, eligió el montón de la grasa y, al descubrir los huesos bovinos, se irritó grandemente y castigó a los hombres, que resultaban favorecidos con la carne del animal, a comerla cruda como seres salvajes, pues les quitó el fuego.
   Prometeo, entonces ideó un nuevo engaño; calló y se fue a buscar a ATENEA - MINERVA pidiéndole ayuda para subir al Olimpo. Lo dió la diosa y el encendió una tea en el Sol mismo y con ella una brasa que arrebatademente llevó a guardar en un hueco del tallo de un gigantesco hinojo. Apagó la antorcha, tomó la vara y huyó al mundo. Entregó a los mortales en esta forma el uso del fuego.
   Cuando Zeus lo supo, juró vengarse. Llamó a Efesto y le mandó que hiciera una mujer de barro y por los cuatro costados le soplara la vida, y a las diosas del Olimpo, que la cubrieran de adornos. Era la mujer mas hermosa que jamás existió y la llamaron Pandora (porque todos los dioses la adornaron). La mandó regalar Zeus a Epimeteo y a Hermes que la fuera custodiando. Pero ya Prometeo había prevenido a su hermano del engaño y le dijo que rechazara el falso don.
   Lo hizo así Epimeteo. Al ver Zeus frustrado su plan, y como castigo por el fuego robado, Zeus condenó a Prometeo a cadenas perpetuas en las rocas del Cáucaso y mando a un buitre que le royera sin cesar las entrañas. No había límite para cesar, porque el hígado de Prometeo que era la parte mas vulnerada, se renovaba cada noche. Y aún para dar excusa a los dioses por la ausencia de Prometeo, corría la voz de que había salido en aventura de amor con ATENEA-MINERVA. Cuando Epimeteo advirtó que su hermano no aparecía, llegó a sospechar lo que pasaba, se casó con Pandora. Era ella tan perezosa, frívola y perversa como hermosa. La primera en todo. Había Prometeo pedido a su hermano que le guardara una caja, sin abrirla nunca. En ella había encerrado todos los males humanos: enfermedad, vejez, iras, guerras, locura, vicios, muerte. Pandora abrió la caja y todos esos males se evadieron y fueron a derramarse en la tierra, antes que todo, hiriendo a los dos. La vana Esperanza los persuadió a suicidarse.

lunes, 6 de abril de 2015

La Metamorfosis - Ovidio - Libro primero (Fragmentos)



Invocación
    Me lleva el ánimo a decir las mutadas formas
a nuevos cuerpos: dioses, estas empresas mías -pues vosotros los mutasteis-
aspirad, y, desde el primer origen del cosmos
hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema.


El origen del mundo
    Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, 5
uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe,
al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole
y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él,
unas discordes simientes de cosas no bien unidas.
Ningún Titán todavía al mundo ofrecía luces, 10
ni nuevos, en creciendo, reiteraba sus cuernos Febe,
ni en su circunfuso aire estaba suspendida la tierra,
por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo
margen de las tierras había extendido Anfitrite,
y por donde había tierra, allí también ponto y aire: 15
así, era inestable la tierra, innadable la onda,
de luz carente el aire: ninguno su forma mantenía,
y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo solo
lo frío pugnaba con lo caliente, lo humedecido con lo seco,
lo mullido con lo duro, lo sin peso con lo que tenía peso. 20
    Tal lid un dios y una mejor naturaleza dirimió,
pues del cielo las tierras, y de las tierras escindió las ondas,
y el fluente cielo segregó del aire espeso.
Estas cosas, después de que las separó y eximió de su ciega acumulación,
disociadas por lugares, con una concorde paz las ligó. 25
La fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo
rieló y un lugar se hizo en el supremo recinto.
Próximo está el aire a ella en levedad y en lugar.
Más densa que ellos, la tierra, los elementos grandes arrastró
y presa fue de la gravedad suya; el circunfluente humor 30
lo último poseyó y contuvo al sólido orbe.
    Así cuando dispuesta estuvo, quien quiera que fuera aquel, de los dioses,
esta acumulación sajó, y sajada en miembros la rehizo.
En el principio a la tierra, para que no desigual por ninguna
parte fuera, en forma la aglomeró de gran orbe; 35
entonces a los estrechos difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran
ordenó y que de la rodeada tierra circundaran los litorales.
Añadió también fontanas y pantanos inmensos y lagos,
y las corrientes declinantes ciñó de oblicuas riberas,
las cuales, diversas por sus lugares, en parte son sorbidas por ella, 40
al mar arriban en parte, y en tal llano recibidas
de más libre agua, en vez de riberas, sus litorales baten.
Ordenó también que se extendieran los llanos, que se sumieran los valles,
que de fronda se cubrieran las espesuras, lapídeos que se elevaran los montes.
Y, como dos por la derecha y otras tantas por su siniestra 45
parte, el cielo cortan unas fajas -la quinta es más ardiente que aquéllas-,
igualmente la carga en él incluida la distinguió con el número mismo
el cuidado del dios, y otras tantas llagas en la tierra se marcan.
De las cuales la que en medio está no es habitable por el calor.
Nieve cubre, alta, a dos; otras tantas entre ambas colocó 50
y templanza les dio, mezclada con el frío la llama.
Domina sobre ellas el aire, el cual, en cuanto es, que el peso de la tierra,
su peso, que el del agua, más ligero, en tanto es más pesado que el fuego.
Allí también las nieblas, allí aposentarse las nubes
ordenó, y los que habrían de conmover, los truenos, las humanas mentes, 55
y con los rayos, hacedores de relámpagos, los vientos.
A ellos también no por todas partes el artífice del mundo que tuvieran
el aire les permitió. Apenas ahora se les puede impedir a ellos,
cuando cada uno gobierna sus soplos por diverso trecho,
que destrocen el cosmos: tan grande es la discordia de los hermanos. 60
El Euro a la Aurora y a los nabateos reinos se retiró,
y a Persia, y a las cimas sometidas a los rayos matutinos.
El Anochecer y los litorales que con el caduco sol se templan,
próximos están al Céfiro; Escitia y los Siete Triones
horrendo los invadió el Bóreas. La contraria tierra 65
con nubes asiduas y lluvia la humedece el Austro.
De ello encima impuso, fluido y de gravedad carente,
el éter, y que nada de la terrena hez tiene.
    Apenas así con lindes había cercado todo ciertas,
cuando, las que presa mucho tiempo habían sido de una calina ciega, 70
las estrellas empezaron a hervir por todo el cielo,
y para que región no hubiera ninguna de sus vivientes huérfana,
los astros poseen el celeste suelo, y con ellos las formas de los dioses;
cedieron para ser habitadas a los nítidos peces las ondas,
la tierra a las fieras acogió, a los voladores el agitable aire. 75
    Más santo que ellos un viviente, y de una mente alta más capaz,
faltaba todavía, y que dominar en los demás pudiera:
nacido el hombre fue, sea que a él con divina simiente lo hizo
aquel artesano de las cosas, de un mundo mejor el origen,
sea que reciente la tierra, y apartada poco antes del alto 80
éter, retenía simientes de su pariente el cielo;
a ella, el linaje de Jápeto, mezclada con pluviales ondas,
la modeló en la efigie de los que gobiernan todo, los dioses,
y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra,
una boca sublime al hombre dio y el cielo ver 85
le ordenó y a las estrellas levantar erguido su semblante.
Así, la que poco antes había sido ruda y sin imagen, la tierra
se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres.


Las edades del hombre
    Áurea la primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno,
por sí misma, sin ley, la confianza y lo recto honraba. 90
Castigo y miedo no habían, ni palabras amenazantes en el fijado
bronce se leían, ni la suplicante multitud temía
la boca del juez suyo, sino que estaban sin defensor seguros.
Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero
orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido, 95
y ningunos los mortales, excepto sus litorales, conocían.
Todavía vertiginosas no ceñían a las fortalezas sus fosas.
No la tuba de derecho bronce, no de bronce curvado los cuernos,
no las gáleas, no la espada existía. Sin uso de soldado
sus blandos ocios seguras pasaban las gentes. 100
Ella misma también, inmune, y de rastrillo intacta, y de ningunas
rejas herida, por sí lo daba todo la tierra,
y, contentándose con unos alimentos sin que nadie los obligara creados,
las crías del madroño y las montanas fresas recogían,
y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras 105
y, las que se habían desprendido del anchuroso árbol de Júpiter, bellotas.
Una primavera era eterna, y plácidos con sus cálidas brisas
acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores.
Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba,
y no renovado el campo canecía de grávidas aristas. 110
Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar pasaban,
y flavas desde la verde encina goteaban las mieles.
    Después de que, Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado,
bajo Júpiter el cosmos estaba, apareció la plateada prole,
que el oro inferior, más preciosa que el bermejo bronce. 115
Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera
y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños
y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año.
Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado
se encandeció, y por los vientos el hielo rígido quedó suspendido. 120
Entonces por primera vez entraron en casas, casas las cavernas fueron,
y los densos arbustos, y atadas con corteza varas.
Simientes entonces por primera vez, de Ceres, en largos surcos
sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos.
Tercera tras aquella sucedió la broncínea prole, 125
más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta,
no criminal, aun así; es la última de duro hierro.
En seguida irrumpió a ese tiempo, de vena peor,
toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la confianza,
en cuyo lugar aparecieron los fraudes y los engaños 130
y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer.
Velas daba a los vientos, y todavía bien no los conocía
el marinero, y las que largo tiempo se habían alzado en los montes altos
en oleajes desconocidos cabriolaron, las quillas,
y común antes, cual las luces del sol y las auras, 135
el suelo, cauto lo señaló con larga linde el medidor.
Y no sólo sembrados y sus alimentos debidos se demandaba
al rico suelo, sino que se entró hasta las entrañas de la tierra,
y las que ella había reservado y apartado junto a las estigias sombras,
se excavan esas riquezas, aguijadas de desgracias. 140
Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro
había brotado: brota la guerra que lucha por ambos,
y con su sanguínea mano golpea crepitantes armas.
Se vive al asalto: no el huésped de su huésped está a salvo,
no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es. 145
Acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido,
cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras,
el hijo antes de su día inquiere en los años del padre.
Vencida yace la piedad, y la Virgen, de matanza mojadas,
la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona. 150


(...)


Licaón
    «Él, ciertamente, sus castigos -el cuidado ese perded- ha cumplido.
Mas qué lo cometido, cuál sea su satisfacción, os haré saber. 210
Había alcanzado la infamia de ese tiempo nuestros oídos;
deseándola falsa desciendo del supremo Olimpo
y, dios bajo humana imagen, lustro las tierras.
Larga demora es de cuánto mal se hallaba por todos lados
enumerar: menor fue la propia infamia que la verdad. 215
El Ménalo había atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras,
y con Cilene los pinares del helado Liceo:
del Árcade a partir de ahí en las sedes, y en los inhóspitos techos del tirano
penetro, cuando traían los tardíos crepúsculos la noche.
Señales di de que había llegado un dios y el pueblo a suplicar 220
había empezado: se burla primero de esos piadosos votos Licaón,
luego dice: «Comprobaré si dios éste o si sea mortal
con una distinción abierta, y no será dudable la verdad».
De noche, pesado por el sueño, con una inopinada muerte a perderme
se dispone: tal comprobación a él le place de la verdad. 225
Y no se contenta con ello: de un enviado de la nación
molosa, de un rehén, su garganta a punta tajó
y, así, semimuertos, parte en hirvientes aguas
sus miembros ablanda, parte los tuesta, sometiéndolos a fuego.
Lo cual una vez impuso a las mesas, yo con mi justiciera llama 230
sobre unos penates dignos de su dueño torné sus techos.
Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo
aúlla y en vano hablar intenta; de sí mismo
recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza
usa contra los ganados, y ahora también en la sangre se goza. 235
En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos:
se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma.
La canicie la misma es, la misma la violencia de su rostro,
los mismos ojos lucen, la misma de la fiereza la imagen es.
Cayó una sola casa, pero no una casa sola de perecer 240
digna fue. Por doquiera la tierra se expande, fiera reina la Erinis.
Para el delito que se han conjurado creerías; cumplan rápido todos,
los que merecieron padecer, así consta mi sentencia, sus castigos».


                                                                (...)


El diluvio
    Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos;
pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos
no concibiera llamas, y que el lejano eje ardiera. 255
Que está también en los hados, recuerda, que llegará un tiempo
en el que el mar, en el que la tierra y arrebatados los palacios del cielo
ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra.
Esas armas vuelven a su sitio, por manos fabricadas de los Cíclopes:
un castigo place inverso, al género mortal bajo las ondas 260
perder, y borrascas lanzar desde todo el cielo.
    En seguida al Aquilón encierra en las eolias cavernas,
y a cuantos soplos ahuyentan congregadas a las nubes,
y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela,
su terrible rostro cubierto de una bruma como la pez: 265
la barba pesada de borrascas, fluye agua de sus canos cabellos,
en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos.
Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó,
se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas.
La mensajera de Juno, de variados colores vestida, 270
concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega:
póstranse los sembrados, y llorados por los colonos
sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año.
Y no al cielo suyo se limitó de Júpiter la ira, sino que a él
su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas. 275
Convoca éste a los caudales. Los cuales, después de que en los techos
de su tirano entraron: «Una arenga larga ahora de usar»,
dice, «no he: las fuerzas derramad vuestras.
Así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada,
a las corrientes vuestras todas soltad las riendas». 280
Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan,
y en desenfrenada carrera ruedan a las superficies.
Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella
tembló y con su movimiento vías franqueó de aguas.
Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes 285
y, con los sembrados, arbustos al propio tiempo y rebaños y hombres
y techos, y con sus penetrales arrebatan sus sacramentos.
Si alguna casa quedó y pudo resistir a tan gran
mal no desplomada, la cúpula, aun así, más alta de ella,
la onda la cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres. 290
Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían:
todas las cosas ponto eran, faltaban incluso litorales al ponto.
Ocupa éste un collado, en una barca se sienta otro combada
y lleva los remos allí donde hace poco arara.
Aquél sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa 295
navega, éste un pez sorprende en lo alto de un olmo;
se clava en un verde prado, si la suerte lo deja, el ancla,
o, a ellas sometidos, curvas quillas trillan viñedos,
y por donde hace poco, gráciles, grama arrancaban las cabritas,
ahora allí deformes ponen sus cuerpos las focas. 300
Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas
las Nereides, y las espesuras las poseen los delfines y entre sus altas
ramas corren y zarandeando sus troncos las baten.
Nada el lobo entre las ovejas, bermejos leones lleva la onda,
la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí, 305
ni sus patas veloces, arrebatado, sirven al ciervo,
y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera,
al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante ha caído.
Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto,
y batían las montanas cumbres unos nuevos oleajes. 310
La mayor parte por la onda fue arrebatada: a los que la onda perdonó,
largos ayunos los doman, por causa del indigente sustento.


Deucalión y Pirra
    Separa la Fócide los aonios de los eteos campos,
tierra feraz mientras tierra fue, pero en el tiempo aquel
parte del mar y ancha llanura de súbitas aguas. 315
Un monte allí busca arduo los astros con sus dos vértices,
por nombre el Parnaso, y superan sus cumbres las nubes.
Aquí cuando Deucalión -pues lo demás lo había cubierto la superficie-
con la consorte de su lecho, en una pequeña balsa llevado, se aferró,
a las corícidas ninfas y a los númenes del monte oran 320
y a la fatídica Temis, que entonces esos oráculos tenía:
no que él mejor ninguno, ni más amante de lo justo,
hombre hubo, o que ella más temerosa ninguna de los dioses.
Júpiter, cuando de fluentes lagos que estaba empantanado el orbe,
y que quedaba un hombre de tantos miles hacía poco, uno, 325
y que quedaba, ve, de tantas miles hacía poco, una,
inocuos ambos, cultivadores de la divinidad ambos,
las nubes desgarró y, habiéndose las borrascas con el aquilón alejado,
al cielo las tierras mostró, y el éter a las tierras.
Tampoco del mar la ira permanece y, dejada su tricúspide arma, 330
calma las aguas el regidor del piélago, y al que sobre el profundo
emerge y sus hombros con su innato múrice cubre,
al azul Tritón llama, y en su concha sonante
soplar le ordena, y los oleajes y las corrientes ya
revocar, su señal dando: su hueca bocina toma él, 335
tórcil, que en ancho crece desde su remolino inferior,
bocina, la cual, en medio del ponto cuando concibió aire,
los litorales con su voz llena, que bajo uno y otro Febo yacen.
Entonces también, cuando ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante,
tocó, y cantó henchida las ordenadas retretas, 340
por todas las ondas oída fue de la tierra y de la superficie,
y por las que olas fue oída, contuvo a todas.
Ya el mar litoral tiene, plenos acoge el álveo a sus caudales,
las corrientes se asientan y los collados salir parecen.
Surge la tierra, crecen los lugares al decrecer las ondas, 345
y, después de día largo, sus desnudadas copas las espesuras
muestran y limo retienen que en su fronda ha quedado.
    Había retornado el orbe; el cual, después de que lo vio vacío,
y que desoladas las tierras hacían hondos silencios,
Deucalión con lágrimas brotadas así a Pirra se dirige: 350
«Oh hermana, oh esposa, oh hembra sola sobreviviente,
a la que a mí una común estirpe y un origen de primos,
después un lecho unió, ahora nuestros propios peligros unen,
de las tierras cuantas ven el ocaso y el orto
nosotros dos la multitud somos: posee lo demás el ponto. 355
Esta tampoco todavía de la vida nuestra es garantía
cierta bastante; aterran todavía ahora nublados nuestra mente.
¿Cuál si sin mí de los hados arrebatada hubieras sido
ahora tu ánimo, triste de ti, sería? ¿De qué modo sola
el temor soportar podrías? ¿Con consuelo de quién te dolerías? 360
Porque yo, créeme, si a ti también el ponto te tuviera,
te seguiría, esposa, y a mí también el ponto me tendría.
Oh, ojalá pudiera yo los pueblos restituir con las paternas
artes, y alientos infundir a la conformada tierra.
Ahora el género mortal resta en nosotros dos 365
-así pareció a los altísimos- y de los hombres como ejemplos quedamos».
Había dicho, y lloraban; decidieron al celeste numen
suplicar y auxilio por medio buscar de las sagradas venturas.
Ninguna demora hay: acuden a la par a las cefísidas ondas,
como todavía no líquidas, así ya sus vados conocidos cortando. 370
De allí, cuando licores de él tomados rociaron
sobre sus ropas y cabeza, doblan sus pasos hacia el santuario
de la sagrada diosa, cuyas cúspides de indecente
musgo palidecían, y se alzaban sin fuegos sus aras.
Cuando del templo tocaron los peldaños se postró cada uno 375
inclinado al suelo, y atemorizado besó la helada roca,
y así: «Si con sus plegarias justas», dijeron, «los númenes vencidos
se enternecen, si se doblega la ira de los dioses,
di, Temis, por qué arte la merma del género nuestro
reparable es, y presta ayuda, clementísima, a estos sumergidos estados». 380
Conmovida la diosa fue y su ventura dio: «Retiraos del templo
y velaos la cabeza, y soltaos vuestros ceñidos vestidos,
y los huesos tras vuestra espalda arrojad de vuestra gran madre».
    Quedaron suspendidos largo tiempo, y rompió los silencios con su voz
Pirra primera, y los mandatos de la diosa obedecer rehúsa, 385
y tanto que la perdone con aterrada boca ruega, como se aterra
de herir, arrojando sus huesos, las maternas sombras.
Entre tanto repasan, por sus ciegas latencias oscuras,
las palabras de la dada ventura, y para entre sí les dan vueltas.
Tras ello el Prometida a la Epimetida con plácidas palabras 390
calma, y: «O falaz», dice, «es mi astucia para nosotros,
o -píos son y a ninguna abominación los oráculos persuaden-
esa gran madre la tierra es: piedras en el cuerpo de la tierra
a los huesos calculo que se llama; arrojarlas tras nuestra espalda se nos ordena».
    De su esposo por el augurio aunque la Titania se conmovió, 395
su esperanza, aun así, en duda está: hasta tal punto ambos desconfían
de las celestes admoniciones. Pero, ¿qué intentarlo dañará?
Se retiran y velan su cabeza y las túnicas se desciñen,
y las ordenadas piedras tras sus plantas envían.
Las rocas -¿quién lo creería, si no estuviera por testigo la antigüedad?- 400
a dejar su dureza comenzaron, y su rigor
a mullir, y con el tiempo, mullidas, a tomar forma.
Luego, cuando crecieron y una naturaleza más tierna
les alcanzó, como sí semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede
la forma de un humano, sino, como de mármol comenzada, 405
no terminada lo bastante, a las rudas estatuas muy semejante era.
La parte aun así de ellas que húmeda de algún jugo
y terrosa era, vuelta fue en uso de cuerpo.
Lo que sólido es y doblarse no puede, se muta en huesos,
la que ahora poco vena fue, bajo el mismo nombre quedó; 410
y en breve espacio, por el numen de los altísimos, las rocas
enviadas por las manos del hombre la faz tomaron de hombres,
y del femenino lanzamiento restituida fue la mujer.
De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos
y pruebas damos del origen de que hemos nacido. 415
    A los demás seres la tierra con diversas formas
por sí misma los parió después de que el viejo humor por el fuego
se caldeó del sol, y el cieno y los húmedos charcos
se entumecieron por su hervor, y las fecundas simientes de las cosas,
por el vivaz suelo nutridas, como de una madre en la matriz 420
crecieron y faz alguna cobraron con el pasar del tiempo.
Así, cuando abandonó mojados los campos el séptuple fluir
del Nilo, y a su antiguo seno hizo volver sus corrientes,
y merced a la etérea estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo,
muchos seres sus cultivadores al volver los terrones 425
encuentran y entre ellos a algunos apenas comenzados, en el propio
espacio de su nacimiento, algunos inacabados y truncos
los ven de sus proporciones, y en el mismo cuerpo a menudo
una parte vive, es la parte otra ruda tierra.
Porque es que cuando una templanza han tomado el humor y el calor, 430
conciben, y de ellos dos se originan todas las cosas
y, aunque sea el fuego para el agua pugnaz, el vapor húmedo todas
las cosas crea, y la discorde concordia para las crías apta es.
Así pues, cuando del diluvio reciente la tierra enlodada
con los soles etéreos se encandeció y con su alto hervor, 435
dio a luz innumerables especies y en parte sus figuras
les devolvió antiguas, en parte nuevos prodigios creó.


La sierpe Pitón
    Ella ciertamente no lo querría, pero a ti también, máximo Pitón,
entonces te engendró, y de los pueblos nuevos, desconocida sierpe,
el terror eras: tan grande espacio de un monte ocupabas. 440
A él el dios señor del arco, y que nunca tales armas
antes sino en los gamos y corzas fugaces había usado,
hundido por mil disparos, exhausta casi su aljaba,
lo perdió, derramándose por sus heridas negras su veneno.
Y para que de esa obra la fama no pudiera destruir la antigüedad, 445
instituyó, sagrados, de reiterado certamen, unos juegos,
Pitios con el nombre de la domada serpiente llamados.
Ése de los jóvenes quien con su mano, sus pies o a rueda
venciera, de fronda de encina cobraba un galardón.
Todavía laurel no había y, hermosas con su largo pelo, 450
sus sienes ceñía de cualquier árbol Febo.


Apolo y Dafne
    El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no
el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido.
El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,
le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio, 455
y: «¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?»,
había dicho; «ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros,
que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo,
que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía,
hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. 460
Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate
con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras».
El hijo a él de Venus: «Atraviese el tuyo todo, Febo,
a ti mi arco», dice, «y en cuanto los seres ceden
todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra». 465
Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,
diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó,
y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos
de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor.
El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda. 470
El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquél
hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas.
En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante,
de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas 475
fieras gozando, y émula de la innupta Febe.
Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos.
Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes,
sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra
y de qué sea el Himeneo, qué el amor, qué el matrimonio, no cura. 480
A menudo su padre le dijo: «Un yerno, hija, me debes».
A menudo su padre le dijo: «Me debes, niña, unos nietos».
Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales,
su bello rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos: 485
«Concédeme, genitor queridísimo» le dijo, «de una perpetua
virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana».
Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decor este, lo que deseas
que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne, 490
y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan;
y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas,
como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante
o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó,
así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo 495
él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos
y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes,
a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no
es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos 500
y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros:
lo que oculto está, mejor lo supone. Huye más veloz que el aura
ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene:
    «¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo;
¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, 505
así del águila con ala temblorosa huyen las palomas,
de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte.
Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas
tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor.
Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego 510
corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo.
A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte,
no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños,
hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes
de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, 515
y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven;
Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido,
y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios.
Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta
más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo. 520
Hallazgo la medicina mío es, y auxiliador por el orbe
se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos:
ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable,
y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos».
    Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia 525
huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás,
entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,
y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas,
y leve el aura atrás daba, empujándolos, sus cabellos,
y acrecióse su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más 530
perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba
el propio amor, a tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo,
ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación:
el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla 535
espera, y con su extendido morro roza sus plantas;
la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios
mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja:
así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Aun así el que persigue, por las alas ayudado del amor, 540
más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva
acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas palideció ella y, vencida
por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas:
«Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis, 545
por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura».
Apenas la plegaria acabó un entumecimiento pesado ocupa su organismo,
se ciñe de una tenue corteza su blando tórax,
en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,
el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, 550
su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella.
A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra
siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,
y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros,
besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño. 555
Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser,
el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán
a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas.
Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz
el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas. 560
En las jambas augustas tú misma, fidelísisma guardiana,
ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás,
y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,
tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores».
Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea 565
asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.


Júpiter e Ío (I)
    Hay un bosque en la Hemonia al que por todos lados cierra, acantilada,
una espesura: le llaman Tempe. Por ellos el Peneo, desde el profundo
Pindo derramándose, merced a sus espumosas ondas, rueda,
y en su caer pesado nubes que agitan tenues 570
humos congrega, y sobre sus supremas espesuras con su aspersión
llueve, y con su sonar más que a la vecindad fatiga.
Ésta la casa, ésta la sede, éstos son los penetrales del gran
caudal; en ellos aposentado, en su caverna hecha de escollos,
a sus ondas leyes daba, y a las ninfas que honran sus ondas. 575
Se reúnen allá las paisanas corrientes primero,
ignorando si deben felicitar o consolar al padre:
rico en álamos el Esperquío y el irrequieto Enipeo
y el Apídano viejo y el lene Anfriso y el Eante,
y pronto los caudales otros que, por donde los llevara su ímpetu a ellos, 580
hacia el mar abajan, cansadas de su errar, sus ondas.
    El Ínaco solo falta y, en su profunda caverna recóndito,
con sus llantos aumenta sus aguas y a su hija, tristísimo, a Ío,
plañe como perdida; no sabe si de vida goza
o si está entre los manes, pero a la que no encuentra en ningún sitio 585
estar cree en ningún sitio y en su ánimo lo peor teme.
    La había visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter
a ella y: «Oh virgen de Júpiter digna y que feliz con tu
lecho ignoro a quién has de hacer, busca», le había dicho, «las sombras
de esos altos bosques», y de los bosques le había mostrado las sombras, 590
«mientras hace calor y en medio el sol está, altísimo, de su orbe,
que si sola temes en las guaridas entrar de las fieras,
segura con la protección de un dios, de los bosques el secreto alcanzarás,
y no de la plebe un dios, sino el que los celestes cetros
en mi magna mano sostengo, pero el que los errantes rayos lanzo: 595
no me huye», pues huía. Ya los pastos de Lerna,
y, sembrados de árboles, de Lirceo había dejado atrás los campos,
cuando el dios, produciendo una calina, las anchas tierras
ocultó, y detuvo su fuga, y le arrebató su pudor.
Entre tanto Juno abajo miró en medio de los campos 600
y de que la faz de la noche hubieran causado unas nieblas voladoras
en el esplendor del día admirada, no que de una corriente ellas
fueran, ni sintió que de la humedecida tierra fueran despedidas,
y su esposo dónde esté busca en derredor, como la que
ya conociera, sorprendido tantas veces, los hurtos de su marido. 605
Al cual, después de que en el cielo no halló: «O yo me engaño
o se me ofende», dice, y deslizándose del éter supremo
se posó en las tierras y a las nieblas retirarse ordenó.
De su esposa la llegada había presentido, y en una lustrosa
novilla la apariencia de la Ináquida había mutado él 610
-de res también hermosa es-: la belleza la Saturnia de la vaca
aunque contrariada aprueba, y de quién, y de dónde, o de qué manada
era, de la verdad como desconocedora, no deja de preguntar.
Júpiter de la tierra engendrada la miente, para que su autor
deje de averiguar: la pide a ella la Saturnia de regalo. 615
¿Qué iba a hacer? Cruel cosa adjudicarle sus amores,
no dárselos sospechoso es: el pudor es quien persuade de aquello,
de esto disuade el amor. Vencido el pudor habría sido por el amor,
pero si el leve regalo, a su compañera de linaje y de lecho,
de una vaca le negara, pudiera no una vaca parecer. 620
Su rival ya regalada no en seguida se despojó la divina
de todo miedo, y temió de Júpiter, y estuvo ansiosa de su hurto
hasta que al Arestórida para ser custodiada la entregó, a Argos.


Argos
    De cien luces ceñida su cabeza Argos tenía,
de donde por sus turnos tomaban, de dos en dos, descanso, 625
los demás vigilaban y en posta se mantenían.
Como quiera que se apostara miraba hacia Ío:
ante sus ojos a Ío, aun vuelto de espaldas, tenía.
A la luz la deja pacer; cuando el sol bajo la tierra alta está,
la encierra, y circunda de cadenas, indigno, su cuello. 630
De frondas de árbol y de amarga hierba se apacienta,
y, en vez de en un lecho, en una tierra que no siempre grama tiene
se recuesta la infeliz y limosas corrientes bebe.
Ella, incluso, suplicante a Argos cuando sus brazos quisiera
tender, no tuvo qué brazos tendiera a Argos, 635
e intentando quejarse, mugidos salían de su boca,
y se llenó de temor de esos sonidos y de su propia voz aterróse.
    Llegó también a las riberas donde jugar a menudo solía,
del Ínaco a las riberas, y cuando contempló en su onda
sus nuevos cuernos, se llenó de temor y de sí misma enloquecida huyó. 640
Las náyades ignoran, ignora también Ínaco mismo
quién es; mas ella a su padre sigue y sigue a sus hermanas
y se deja tocar y a sus admiraciones se ofrece.
Por él arrancadas el más anciano le había acercado, Ínaco, hierbas:
ella sus manos lame y da besos de su padre a las palmas 645
y no retiene las lágrimas y, si sólo las palabras le obedecieran,
le rogara auxilio y el nombre suyo y sus casos le dijera.
Su letra, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó,
de indicio amargo de su cuerpo mutado actuó.
«Triste de mí», exclama el padre Ínaco, y en los cuernos 650
de la que gemía, y colgándose en la cerviz de la nívea novilla:
«Triste de mí», reitera; «¿Tú eres, buscada por todas
las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada
un luto eras más leve. Callas y mutuas a las nuestras
palabras no respondes, sólo suspiros sacas de tu alto 655
pecho y, lo que solo puedes, a mis palabras remuges.
Mas a ti yo, sin saber, tálamos y teas te preparaba
y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos.
De la grey ahora tú un marido, y de la grey hijo has de tener.
Y concluir no puedo yo con mi muerte tan grandes dolores, 660
sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte
nuestros lutos extiende a una eterna edad».
Mientras de tal se afligía, lo aparta el constelado Argos
y, arrancada a su padre, a lejanos pastos a su hija
arrastra; él mismo, lejos, de un monte la sublime cima 665
ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes.
    Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide
más tiempo soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade
de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos.
Pequeña la demora es la de las alas para sus pies, y la vara somnífera 670
para su potente mano tomar, y el cobertor para sus cabellos.
Ello cuando dispuso, de Júpiter el nacido desde el paterno recinto
salta a las tierras. Allí, tanto su cobertor se quitó
como depuso sus alas, de modo que sólo la vara retuvo:
con ella lleva, como un pastor, por desviados campos unas cabritas 675
que mientras venía había reunido, y con unas ensambladas avenas canta.
Por esa voz nueva, y cautivado el guardián de Juno por su arte:
«Mas tú, quien quiera que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca»,
Argos dice, «pues tampoco para el rebaño más fecunda en ningún
lugar hierba hay, y apta ves para los pastores esta sombra». 680
Se sienta el Atlantíada, y al que se marchaba, de muchas cosas hablando
detuvo con su discurso, al día, y cantando con sus unidas
cañas vencer sus vigilantes luces intenta.
Él, aun así, pugna por vencer sobre los blandos sueños
y aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado, 685
en parte, aun así, vigila; pregunta también, pues descubierta
la flauta hacía poco había sido, en razón de qué fue descubierta.


Pan y Siringe
    Entonces el dios: «De la Arcadia en los helados montes», dice,
«entre las hamadríadas muy célebre, las Nonacrinas,
náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban. 690
No una vez, no ya a los sátiros había burlado ella, que la seguían,
sino a cuantos dioses la sombreada espesura y el feraz
campo hospeda; a la Ortigia en sus aficiones y con su propia virginidad
honraba, a la diosa; según el rito también ceñida de Diana,
engañaría y podría creérsela la Latonia, si no 695
de cuerno el arco de ésta, si no fuera áureo el de aquélla;
así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo,
Pan la ve, y de pino agudo ceñido en su cabeza
tales palabras refiere...». Restaba sus palabras referir,
y que despreciadas sus súplicas había huido por lo intransitable la ninfa, 700
hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal
llegó: que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas,
que la mutaran a sus líquidas hermanas les había rogado,
y que Pan, cuando presa de él ya a Siringa creía,
en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos sostenía lacustres, 705
y, mientras allí suspira, que movidos dentro de la caña los vientos
efectuaron un sonido tenue y semejante al de quien se lamenta;
que por esa nueva arte y de su voz por la dulzura el dios cautivado:
«Este coloquio a mí contigo», había dicho, «me quedará»,
y que así, los desparejos cálamos con la trabazón de la cera 710
entre sí unidos, el nombre retuvieron de la muchacha.


Júpiter e Ío (II)
    Tales cosas cuando iba a decir ve el Cilenio que todos
los ojos se habían postrado, y cubiertas sus luces por el sueño.
Apaga al instante su voz y afirma su sopor,
sus lánguidas luces acariciando con la ungüentada vara. 715
Y, sin demora, con su falcada espada mientras cabeceaba le hiere
por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento,
abajo lo lanza, y mancha con su sangre la acantilada peña.
Argos, yaces, y la que para tantas luces luz tenías
extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola. 720
Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas
los coloca, y de gemas consteladas su cola llena.
    En seguida se inflamó y los tiempos de su ira no difirió
y, horrenda, ante los ojos y el ánimo de su rival argólica
le echó a la Erinis, y aguijadas en su pecho ciegas 725
escondió, y prófuga por todo el orbe la aterró.
Último restabas, Nilo, a su inmensa labor;
a él, en cuanto lo alcanzó y, puestas en el margen de su ribera
sus rodillas, se postró, y alzada ella de levantar el cuello,
elevando a las estrellas los semblantes que sólo pudo, 730
con su gemido, y lágrimas, y luctuoso mugido
con Júpiter pareció quejarse, y el final rogar de sus males.
De su esposa él estrechando el cuello con sus brazos,
que concluya sus castigos de una vez le ruega y: «Para el futuro
deja tus miedos», dice; «nunca para ti causa de dolor 735
ella será», y a las estigias lagunas ordena que esto oigan.
Cuando aplacado la diosa se hubo, sus rasgos cobra ella anteriores
y se hace lo que antes fue: huyen del cuerpo las cerdas,
los cuernos decrecen, se hace de su luz más estrecho el orbe,
se contrae su comisura, vuelven sus hombros y manos, 740
y su pezuña, disipada, se subsume en cinco uñas:
de la res nada queda a su figura, salvo el blancor en ella,
y al servicio de sus dos pies la ninfa limitándose
se yergue, y teme hablar, no a la manera de la novilla
muja, y tímidamente las palabras interrumpidas reintenta. 745
    Ahora como diosa la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino.
Ahora que Épafo generado fue de la simiente del gran Júpiter por fin
se cree, y por las ciudades, juntos a los de su madre,
templos posee.