Invocación
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| Me lleva el ánimo a decir las mutadas formas | | |
| a nuevos cuerpos: dioses, estas empresas mías -pues vosotros los mutasteis- | | |
| aspirad, y, desde el primer origen del cosmos | | |
| hasta mis tiempos, perpetuo desarrollad mi poema. | | |
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El origen del mundo
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| Antes del mar y de las tierras y, el que lo cubre todo, el cielo, | 5 | |
| uno solo era de la naturaleza el rostro en todo el orbe, | | |
| al que dijeron Caos, ruda y desordenada mole | | |
| y no otra cosa sino peso inerte, y, acumuladas en él, | | |
| unas discordes simientes de cosas no bien unidas. | | |
| Ningún Titán todavía al mundo ofrecía luces, | 10 | |
| ni nuevos, en creciendo, reiteraba sus cuernos Febe, | | |
| ni en su circunfuso aire estaba suspendida la tierra, | | |
| por los pesos equilibrada suyos, ni sus brazos por el largo | | |
| margen de las tierras había extendido Anfitrite, | | |
| y por donde había tierra, allí también ponto y aire: | 15 | |
| así, era inestable la tierra, innadable la onda, | | |
| de luz carente el aire: ninguno su forma mantenía, | | |
| y estorbaba a los otros cada uno, porque en un cuerpo solo | | |
| lo frío pugnaba con lo caliente, lo humedecido con lo seco, | | |
| lo mullido con lo duro, lo sin peso con lo que tenía peso. | 20 | |
| Tal lid un dios y una mejor naturaleza dirimió, | | |
| pues del cielo las tierras, y de las tierras escindió las ondas, | | |
| y el fluente cielo segregó del aire espeso. | | |
| Estas cosas, después de que las separó y eximió de su ciega acumulación, | | |
| disociadas por lugares, con una concorde paz las ligó. | 25 | |
| La fuerza ígnea y sin peso del convexo cielo | | |
| rieló y un lugar se hizo en el supremo recinto. | | |
| Próximo está el aire a ella en levedad y en lugar. | | |
| Más densa que ellos, la tierra, los elementos grandes arrastró | | |
| y presa fue de la gravedad suya; el circunfluente humor | 30 | |
| lo último poseyó y contuvo al sólido orbe. | | |
| Así cuando dispuesta estuvo, quien quiera que fuera aquel, de los dioses, | | |
| esta acumulación sajó, y sajada en miembros la rehizo. | | |
| En el principio a la tierra, para que no desigual por ninguna | | |
| parte fuera, en forma la aglomeró de gran orbe; | 35 | |
| entonces a los estrechos difundirse, y que por arrebatadores vientos se entumecieran | | |
| ordenó y que de la rodeada tierra circundaran los litorales. | | |
| Añadió también fontanas y pantanos inmensos y lagos, | | |
| y las corrientes declinantes ciñó de oblicuas riberas, | | |
| las cuales, diversas por sus lugares, en parte son sorbidas por ella, | 40 | |
| al mar arriban en parte, y en tal llano recibidas | | |
| de más libre agua, en vez de riberas, sus litorales baten. | | |
| Ordenó también que se extendieran los llanos, que se sumieran los valles, | | |
| que de fronda se cubrieran las espesuras, lapídeos que se elevaran los montes. | | |
| Y, como dos por la derecha y otras tantas por su siniestra | 45 | |
| parte, el cielo cortan unas fajas -la quinta es más ardiente que aquéllas-, | | |
| igualmente la carga en él incluida la distinguió con el número mismo | | |
| el cuidado del dios, y otras tantas llagas en la tierra se marcan. | | |
| De las cuales la que en medio está no es habitable por el calor. | | |
| Nieve cubre, alta, a dos; otras tantas entre ambas colocó | 50 | |
| y templanza les dio, mezclada con el frío la llama. | | |
| Domina sobre ellas el aire, el cual, en cuanto es, que el peso de la tierra, | | |
| su peso, que el del agua, más ligero, en tanto es más pesado que el fuego. | | |
| Allí también las nieblas, allí aposentarse las nubes | | |
| ordenó, y los que habrían de conmover, los truenos, las humanas mentes, | 55 | |
| y con los rayos, hacedores de relámpagos, los vientos. | | |
| A ellos también no por todas partes el artífice del mundo que tuvieran | | |
| el aire les permitió. Apenas ahora se les puede impedir a ellos, | | |
| cuando cada uno gobierna sus soplos por diverso trecho, | | |
| que destrocen el cosmos: tan grande es la discordia de los hermanos. | 60 | |
| El Euro a la Aurora y a los nabateos reinos se retiró, | | |
| y a Persia, y a las cimas sometidas a los rayos matutinos. | | |
| El Anochecer y los litorales que con el caduco sol se templan, | | |
| próximos están al Céfiro; Escitia y los Siete Triones | | |
| horrendo los invadió el Bóreas. La contraria tierra | 65 | |
| con nubes asiduas y lluvia la humedece el Austro. | | |
| De ello encima impuso, fluido y de gravedad carente, | | |
| el éter, y que nada de la terrena hez tiene. | | |
| Apenas así con lindes había cercado todo ciertas, | | |
| cuando, las que presa mucho tiempo habían sido de una calina ciega, | 70 | |
| las estrellas empezaron a hervir por todo el cielo, | | |
| y para que región no hubiera ninguna de sus vivientes huérfana, | | |
| los astros poseen el celeste suelo, y con ellos las formas de los dioses; | | |
| cedieron para ser habitadas a los nítidos peces las ondas, | | |
| la tierra a las fieras acogió, a los voladores el agitable aire. | 75 | |
| Más santo que ellos un viviente, y de una mente alta más capaz, | | |
| faltaba todavía, y que dominar en los demás pudiera: | | |
| nacido el hombre fue, sea que a él con divina simiente lo hizo | | |
| aquel artesano de las cosas, de un mundo mejor el origen, | | |
| sea que reciente la tierra, y apartada poco antes del alto | 80 | |
| éter, retenía simientes de su pariente el cielo; | | |
| a ella, el linaje de Jápeto, mezclada con pluviales ondas, | | |
| la modeló en la efigie de los que gobiernan todo, los dioses, | | |
| y aunque inclinados contemplen los demás vivientes la tierra, | | |
| una boca sublime al hombre dio y el cielo ver | 85 | |
| le ordenó y a las estrellas levantar erguido su semblante. | | |
| Así, la que poco antes había sido ruda y sin imagen, la tierra | | |
| se vistió de las desconocidas figuras, transformada, de los hombres. | | |
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Las edades del hombre
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| Áurea la primera edad engendrada fue, que sin defensor ninguno, | | |
| por sí misma, sin ley, la confianza y lo recto honraba. | 90 | |
| Castigo y miedo no habían, ni palabras amenazantes en el fijado | | |
| bronce se leían, ni la suplicante multitud temía | | |
| la boca del juez suyo, sino que estaban sin defensor seguros. | | |
| Todavía, cortado de sus montes para visitar el extranjero | | |
| orbe, a las fluentes ondas el pino no había descendido, | 95 | |
| y ningunos los mortales, excepto sus litorales, conocían. | | |
| Todavía vertiginosas no ceñían a las fortalezas sus fosas. | | |
| No la tuba de derecho bronce, no de bronce curvado los cuernos, | | |
| no las gáleas, no la espada existía. Sin uso de soldado | | |
| sus blandos ocios seguras pasaban las gentes. | 100 | |
| Ella misma también, inmune, y de rastrillo intacta, y de ningunas | | |
| rejas herida, por sí lo daba todo la tierra, | | |
| y, contentándose con unos alimentos sin que nadie los obligara creados, | | |
| las crías del madroño y las montanas fresas recogían, | | |
| y cornejos, y en los duros zarzales prendidas las moras | 105 | |
| y, las que se habían desprendido del anchuroso árbol de Júpiter, bellotas. | | |
| Una primavera era eterna, y plácidos con sus cálidas brisas | | |
| acariciaban los céfiros, nacidas sin semilla, a las flores. | | |
| Pronto, incluso, frutos la tierra no arada llevaba, | | |
| y no renovado el campo canecía de grávidas aristas. | 110 | |
| Corrientes ya de leche, ya corrientes de néctar pasaban, | | |
| y flavas desde la verde encina goteaban las mieles. | | |
| Después de que, Saturno a los tenebrosos Tártaros enviado, | | |
| bajo Júpiter el cosmos estaba, apareció la plateada prole, | | |
| que el oro inferior, más preciosa que el bermejo bronce. | 115 | |
| Júpiter contrajo los tiempos de la antigua primavera | | |
| y a través de inviernos y veranos y desiguales otoños | | |
| y una breve primavera, por cuatro espacios condujo el año. | | |
| Entonces por primera vez con secos hervores el aire quemado | | |
| se encandeció, y por los vientos el hielo rígido quedó suspendido. | 120 | |
| Entonces por primera vez entraron en casas, casas las cavernas fueron, | | |
| y los densos arbustos, y atadas con corteza varas. | | |
| Simientes entonces por primera vez, de Ceres, en largos surcos | | |
| sepultadas fueron, y hundidos por el yugo gimieron los novillos. | | |
| Tercera tras aquella sucedió la broncínea prole, | 125 | |
| más salvaje de ingenios y a las hórridas armas más pronta, | | |
| no criminal, aun así; es la última de duro hierro. | | |
| En seguida irrumpió a ese tiempo, de vena peor, | | |
| toda impiedad: huyeron el pudor y la verdad y la confianza, | | |
| en cuyo lugar aparecieron los fraudes y los engaños | 130 | |
| y las insidias y la fuerza y el amor criminal de poseer. | | |
| Velas daba a los vientos, y todavía bien no los conocía | | |
| el marinero, y las que largo tiempo se habían alzado en los montes altos | | |
| en oleajes desconocidos cabriolaron, las quillas, | | |
| y común antes, cual las luces del sol y las auras, | 135 | |
| el suelo, cauto lo señaló con larga linde el medidor. | | |
| Y no sólo sembrados y sus alimentos debidos se demandaba | | |
| al rico suelo, sino que se entró hasta las entrañas de la tierra, | | |
| y las que ella había reservado y apartado junto a las estigias sombras, | | |
| se excavan esas riquezas, aguijadas de desgracias. | 140 | |
| Y ya el dañino hierro, y que el hierro más dañino el oro | | |
| había brotado: brota la guerra que lucha por ambos, | | |
| y con su sanguínea mano golpea crepitantes armas. | | |
| Se vive al asalto: no el huésped de su huésped está a salvo, | | |
| no el suegro de su yerno, de los hermanos también la gracia rara es. | 145 | |
| Acecha para la perdición el hombre de su esposa, ella del marido, | | |
| cetrinos acónitos mezclan terribles madrastras, | | |
| el hijo antes de su día inquiere en los años del padre. | | |
| Vencida yace la piedad, y la Virgen, de matanza mojadas, | | |
| la última de los celestes, la Astrea, las tierras abandona. | 150 | |
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Licaón
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| «Él, ciertamente, sus castigos -el cuidado ese perded- ha cumplido. | | |
| Mas qué lo cometido, cuál sea su satisfacción, os haré saber. | 210 | |
| Había alcanzado la infamia de ese tiempo nuestros oídos; | | |
| deseándola falsa desciendo del supremo Olimpo | | |
| y, dios bajo humana imagen, lustro las tierras. | | |
| Larga demora es de cuánto mal se hallaba por todos lados | | |
| enumerar: menor fue la propia infamia que la verdad. | 215 | |
| El Ménalo había atravesado, por sus guaridas horrendo de fieras, | | |
| y con Cilene los pinares del helado Liceo: | | |
| del Árcade a partir de ahí en las sedes, y en los inhóspitos techos del tirano | | |
| penetro, cuando traían los tardíos crepúsculos la noche. | | |
| Señales di de que había llegado un dios y el pueblo a suplicar | 220 | |
| había empezado: se burla primero de esos piadosos votos Licaón, | | |
| luego dice: «Comprobaré si dios éste o si sea mortal | | |
| con una distinción abierta, y no será dudable la verdad». | | |
| De noche, pesado por el sueño, con una inopinada muerte a perderme | | |
| se dispone: tal comprobación a él le place de la verdad. | 225 | |
| Y no se contenta con ello: de un enviado de la nación | | |
| molosa, de un rehén, su garganta a punta tajó | | |
| y, así, semimuertos, parte en hirvientes aguas | | |
| sus miembros ablanda, parte los tuesta, sometiéndolos a fuego. | | |
| Lo cual una vez impuso a las mesas, yo con mi justiciera llama | 230 | |
| sobre unos penates dignos de su dueño torné sus techos. | | |
| Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo | | |
| aúlla y en vano hablar intenta; de sí mismo | | |
| recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza | | |
| usa contra los ganados, y ahora también en la sangre se goza. | 235 | |
| En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos: | | |
| se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma. | | |
| La canicie la misma es, la misma la violencia de su rostro, | | |
| los mismos ojos lucen, la misma de la fiereza la imagen es. | | |
| Cayó una sola casa, pero no una casa sola de perecer | 240 | |
| digna fue. Por doquiera la tierra se expande, fiera reina la Erinis. | | |
| Para el delito que se han conjurado creerías; cumplan rápido todos, | | |
| los que merecieron padecer, así consta mi sentencia, sus castigos». | | |
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(...)
El diluvio
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| Y ya iba sobre todas las tierras a esparcir sus rayos; | | |
| pero temió que acaso el sagrado éter por causa de tantos fuegos | | |
| no concibiera llamas, y que el lejano eje ardiera. | 255 | |
| Que está también en los hados, recuerda, que llegará un tiempo | | |
| en el que el mar, en el que la tierra y arrebatados los palacios del cielo | | |
| ardan y del mundo la mole, afanosa, sufra. | | |
| Esas armas vuelven a su sitio, por manos fabricadas de los Cíclopes: | | |
| un castigo place inverso, al género mortal bajo las ondas | 260 | |
| perder, y borrascas lanzar desde todo el cielo. | | |
| En seguida al Aquilón encierra en las eolias cavernas, | | |
| y a cuantos soplos ahuyentan congregadas a las nubes, | | |
| y suelta al Noto: con sus mojadas alas el Noto vuela, | | |
| su terrible rostro cubierto de una bruma como la pez: | 265 | |
| la barba pesada de borrascas, fluye agua de sus canos cabellos, | | |
| en su frente se asientan nieblas, roran sus alas y senos. | | |
| Y cuando con su mano, a lo ancho suspendidas, las nubes apretó, | | |
| se hace un fragor: entonces densas se derraman desde el éter las borrascas. | | |
| La mensajera de Juno, de variados colores vestida, | 270 | |
| concibe, Iris, aguas, y alimentos a las nubes allega: | | |
| póstranse los sembrados, y llorados por los colonos | | |
| sus votos yacen, y perece el trabajo frustrado de un largo año. | | |
| Y no al cielo suyo se limitó de Júpiter la ira, sino que a él | | |
| su azul hermano le ayuda con auxiliares ondas. | 275 | |
| Convoca éste a los caudales. Los cuales, después de que en los techos | | |
| de su tirano entraron: «Una arenga larga ahora de usar», | | |
| dice, «no he: las fuerzas derramad vuestras. | | |
| Así menester es. Abrid vuestras casas y, la mole apartada, | | |
| a las corrientes vuestras todas soltad las riendas». | 280 | |
| Había ordenado; ellos regresan, y de sus fontanas las bocas relajan, | | |
| y en desenfrenada carrera ruedan a las superficies. | | |
| Él mismo con el tridente suyo la tierra golpeó, mas ella | | |
| tembló y con su movimiento vías franqueó de aguas. | | |
| Desorbitadas se lanzan por los abiertos campos las corrientes | 285 | |
| y, con los sembrados, arbustos al propio tiempo y rebaños y hombres | | |
| y techos, y con sus penetrales arrebatan sus sacramentos. | | |
| Si alguna casa quedó y pudo resistir a tan gran | | |
| mal no desplomada, la cúpula, aun así, más alta de ella, | | |
| la onda la cubre, y hundidas se esconden bajo el abismo sus torres. | 290 | |
| Y ya el mar y la tierra ninguna distinción tenían: | | |
| todas las cosas ponto eran, faltaban incluso litorales al ponto. | | |
| Ocupa éste un collado, en una barca se sienta otro combada | | |
| y lleva los remos allí donde hace poco arara. | | |
| Aquél sobre los sembrados o las cúpulas de una sumergida villa | 295 | |
| navega, éste un pez sorprende en lo alto de un olmo; | | |
| se clava en un verde prado, si la suerte lo deja, el ancla, | | |
| o, a ellas sometidos, curvas quillas trillan viñedos, | | |
| y por donde hace poco, gráciles, grama arrancaban las cabritas, | | |
| ahora allí deformes ponen sus cuerpos las focas. | 300 | |
| Admiran bajo el agua florestas y ciudades y casas | | |
| las Nereides, y las espesuras las poseen los delfines y entre sus altas | | |
| ramas corren y zarandeando sus troncos las baten. | | |
| Nada el lobo entre las ovejas, bermejos leones lleva la onda, | | |
| la onda lleva tigres, y ni sus fuerzas de rayo al jabalí, | 305 | |
| ni sus patas veloces, arrebatado, sirven al ciervo, | | |
| y buscadas largo tiempo tierras donde posarse pudiera, | | |
| al mar, fatigadas sus alas, el pájaro errante ha caído. | | |
| Había sepultado túmulos la inmensa licencia del ponto, | | |
| y batían las montanas cumbres unos nuevos oleajes. | 310 | |
| La mayor parte por la onda fue arrebatada: a los que la onda perdonó, | | |
| largos ayunos los doman, por causa del indigente sustento. | | |
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Deucalión y Pirra
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| Separa la Fócide los aonios de los eteos campos, | | |
| tierra feraz mientras tierra fue, pero en el tiempo aquel | | |
| parte del mar y ancha llanura de súbitas aguas. | 315 | |
| Un monte allí busca arduo los astros con sus dos vértices, | | |
| por nombre el Parnaso, y superan sus cumbres las nubes. | | |
| Aquí cuando Deucalión -pues lo demás lo había cubierto la superficie- | | |
| con la consorte de su lecho, en una pequeña balsa llevado, se aferró, | | |
| a las corícidas ninfas y a los númenes del monte oran | 320 | |
| y a la fatídica Temis, que entonces esos oráculos tenía: | | |
| no que él mejor ninguno, ni más amante de lo justo, | | |
| hombre hubo, o que ella más temerosa ninguna de los dioses. | | |
| Júpiter, cuando de fluentes lagos que estaba empantanado el orbe, | | |
| y que quedaba un hombre de tantos miles hacía poco, uno, | 325 | |
| y que quedaba, ve, de tantas miles hacía poco, una, | | |
| inocuos ambos, cultivadores de la divinidad ambos, | | |
| las nubes desgarró y, habiéndose las borrascas con el aquilón alejado, | | |
| al cielo las tierras mostró, y el éter a las tierras. | | |
| Tampoco del mar la ira permanece y, dejada su tricúspide arma, | 330 | |
| calma las aguas el regidor del piélago, y al que sobre el profundo | | |
| emerge y sus hombros con su innato múrice cubre, | | |
| al azul Tritón llama, y en su concha sonante | | |
| soplar le ordena, y los oleajes y las corrientes ya | | |
| revocar, su señal dando: su hueca bocina toma él, | 335 | |
| tórcil, que en ancho crece desde su remolino inferior, | | |
| bocina, la cual, en medio del ponto cuando concibió aire, | | |
| los litorales con su voz llena, que bajo uno y otro Febo yacen. | | |
| Entonces también, cuando ella la boca del dios, por su húmeda barba rorante, | | |
| tocó, y cantó henchida las ordenadas retretas, | 340 | |
| por todas las ondas oída fue de la tierra y de la superficie, | | |
| y por las que olas fue oída, contuvo a todas. | | |
| Ya el mar litoral tiene, plenos acoge el álveo a sus caudales, | | |
| las corrientes se asientan y los collados salir parecen. | | |
| Surge la tierra, crecen los lugares al decrecer las ondas, | 345 | |
| y, después de día largo, sus desnudadas copas las espesuras | | |
| muestran y limo retienen que en su fronda ha quedado. | | |
| Había retornado el orbe; el cual, después de que lo vio vacío, | | |
| y que desoladas las tierras hacían hondos silencios, | | |
| Deucalión con lágrimas brotadas así a Pirra se dirige: | 350 | |
| «Oh hermana, oh esposa, oh hembra sola sobreviviente, | | |
| a la que a mí una común estirpe y un origen de primos, | | |
| después un lecho unió, ahora nuestros propios peligros unen, | | |
| de las tierras cuantas ven el ocaso y el orto | | |
| nosotros dos la multitud somos: posee lo demás el ponto. | 355 | |
| Esta tampoco todavía de la vida nuestra es garantía | | |
| cierta bastante; aterran todavía ahora nublados nuestra mente. | | |
| ¿Cuál si sin mí de los hados arrebatada hubieras sido | | |
| ahora tu ánimo, triste de ti, sería? ¿De qué modo sola | | |
| el temor soportar podrías? ¿Con consuelo de quién te dolerías? | 360 | |
| Porque yo, créeme, si a ti también el ponto te tuviera, | | |
| te seguiría, esposa, y a mí también el ponto me tendría. | | |
| Oh, ojalá pudiera yo los pueblos restituir con las paternas | | |
| artes, y alientos infundir a la conformada tierra. | | |
| Ahora el género mortal resta en nosotros dos | 365 | |
| -así pareció a los altísimos- y de los hombres como ejemplos quedamos». | | |
| Había dicho, y lloraban; decidieron al celeste numen | | |
| suplicar y auxilio por medio buscar de las sagradas venturas. | | |
| Ninguna demora hay: acuden a la par a las cefísidas ondas, | | |
| como todavía no líquidas, así ya sus vados conocidos cortando. | 370 | |
| De allí, cuando licores de él tomados rociaron | | |
| sobre sus ropas y cabeza, doblan sus pasos hacia el santuario | | |
| de la sagrada diosa, cuyas cúspides de indecente | | |
| musgo palidecían, y se alzaban sin fuegos sus aras. | | |
| Cuando del templo tocaron los peldaños se postró cada uno | 375 | |
| inclinado al suelo, y atemorizado besó la helada roca, | | |
| y así: «Si con sus plegarias justas», dijeron, «los númenes vencidos | | |
| se enternecen, si se doblega la ira de los dioses, | | |
| di, Temis, por qué arte la merma del género nuestro | | |
| reparable es, y presta ayuda, clementísima, a estos sumergidos estados». | 380 | |
| Conmovida la diosa fue y su ventura dio: «Retiraos del templo | | |
| y velaos la cabeza, y soltaos vuestros ceñidos vestidos, | | |
| y los huesos tras vuestra espalda arrojad de vuestra gran madre». | | |
| Quedaron suspendidos largo tiempo, y rompió los silencios con su voz | | |
| Pirra primera, y los mandatos de la diosa obedecer rehúsa, | 385 | |
| y tanto que la perdone con aterrada boca ruega, como se aterra | | |
| de herir, arrojando sus huesos, las maternas sombras. | | |
| Entre tanto repasan, por sus ciegas latencias oscuras, | | |
| las palabras de la dada ventura, y para entre sí les dan vueltas. | | |
| Tras ello el Prometida a la Epimetida con plácidas palabras | 390 | |
| calma, y: «O falaz», dice, «es mi astucia para nosotros, | | |
| o -píos son y a ninguna abominación los oráculos persuaden- | | |
| esa gran madre la tierra es: piedras en el cuerpo de la tierra | | |
| a los huesos calculo que se llama; arrojarlas tras nuestra espalda se nos ordena». | | |
| De su esposo por el augurio aunque la Titania se conmovió, | 395 | |
| su esperanza, aun así, en duda está: hasta tal punto ambos desconfían | | |
| de las celestes admoniciones. Pero, ¿qué intentarlo dañará? | | |
| Se retiran y velan su cabeza y las túnicas se desciñen, | | |
| y las ordenadas piedras tras sus plantas envían. | | |
| Las rocas -¿quién lo creería, si no estuviera por testigo la antigüedad?- | 400 | |
| a dejar su dureza comenzaron, y su rigor | | |
| a mullir, y con el tiempo, mullidas, a tomar forma. | | |
| Luego, cuando crecieron y una naturaleza más tierna | | |
| les alcanzó, como sí semejante, del mismo modo manifiesta parecer no puede | | |
| la forma de un humano, sino, como de mármol comenzada, | 405 | |
| no terminada lo bastante, a las rudas estatuas muy semejante era. | | |
| La parte aun así de ellas que húmeda de algún jugo | | |
| y terrosa era, vuelta fue en uso de cuerpo. | | |
| Lo que sólido es y doblarse no puede, se muta en huesos, | | |
| la que ahora poco vena fue, bajo el mismo nombre quedó; | 410 | |
| y en breve espacio, por el numen de los altísimos, las rocas | | |
| enviadas por las manos del hombre la faz tomaron de hombres, | | |
| y del femenino lanzamiento restituida fue la mujer. | | |
| De ahí que un género duro somos y avezado en sufrimientos | | |
| y pruebas damos del origen de que hemos nacido. | 415 | |
| A los demás seres la tierra con diversas formas | | |
| por sí misma los parió después de que el viejo humor por el fuego | | |
| se caldeó del sol, y el cieno y los húmedos charcos | | |
| se entumecieron por su hervor, y las fecundas simientes de las cosas, | | |
| por el vivaz suelo nutridas, como de una madre en la matriz | 420 | |
| crecieron y faz alguna cobraron con el pasar del tiempo. | | |
| Así, cuando abandonó mojados los campos el séptuple fluir | | |
| del Nilo, y a su antiguo seno hizo volver sus corrientes, | | |
| y merced a la etérea estrella, reciente, ardió hasta secarse el limo, | | |
| muchos seres sus cultivadores al volver los terrones | 425 | |
| encuentran y entre ellos a algunos apenas comenzados, en el propio | | |
| espacio de su nacimiento, algunos inacabados y truncos | | |
| los ven de sus proporciones, y en el mismo cuerpo a menudo | | |
| una parte vive, es la parte otra ruda tierra. | | |
| Porque es que cuando una templanza han tomado el humor y el calor, | 430 | |
| conciben, y de ellos dos se originan todas las cosas | | |
| y, aunque sea el fuego para el agua pugnaz, el vapor húmedo todas | | |
| las cosas crea, y la discorde concordia para las crías apta es. | | |
| Así pues, cuando del diluvio reciente la tierra enlodada | | |
| con los soles etéreos se encandeció y con su alto hervor, | 435 | |
| dio a luz innumerables especies y en parte sus figuras | | |
| les devolvió antiguas, en parte nuevos prodigios creó. | | |
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La sierpe Pitón
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| Ella ciertamente no lo querría, pero a ti también, máximo Pitón, | | |
| entonces te engendró, y de los pueblos nuevos, desconocida sierpe, | | |
| el terror eras: tan grande espacio de un monte ocupabas. | 440 | |
| A él el dios señor del arco, y que nunca tales armas | | |
| antes sino en los gamos y corzas fugaces había usado, | | |
| hundido por mil disparos, exhausta casi su aljaba, | | |
| lo perdió, derramándose por sus heridas negras su veneno. | | |
| Y para que de esa obra la fama no pudiera destruir la antigüedad, | 445 | |
| instituyó, sagrados, de reiterado certamen, unos juegos, | | |
| Pitios con el nombre de la domada serpiente llamados. | | |
| Ése de los jóvenes quien con su mano, sus pies o a rueda | | |
| venciera, de fronda de encina cobraba un galardón. | | |
| Todavía laurel no había y, hermosas con su largo pelo, | 450 | |
| sus sienes ceñía de cualquier árbol Febo. | | |
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Apolo y Dafne
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| El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no | | |
| el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido. | | |
| El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio, | | |
| le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio, | 455 | |
| y: «¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?», | | |
| había dicho; «ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros, | | |
| que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo, | | |
| que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía, | | |
| hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón. | 460 | |
| Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate | | |
| con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras». | | |
| El hijo a él de Venus: «Atraviese el tuyo todo, Febo, | | |
| a ti mi arco», dice, «y en cuanto los seres ceden | | |
| todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra». | 465 | |
| Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas, | | |
| diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó, | | |
| y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos | | |
| de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor. | | |
| El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda. | 470 | |
| El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo. | | |
| Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquél | | |
| hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas. | | |
| En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante, | | |
| de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas | 475 | |
| fieras gozando, y émula de la innupta Febe. | | |
| Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos. | | |
| Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes, | | |
| sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra | | |
| y de qué sea el Himeneo, qué el amor, qué el matrimonio, no cura. | 480 | |
| A menudo su padre le dijo: «Un yerno, hija, me debes». | | |
| A menudo su padre le dijo: «Me debes, niña, unos nietos». | | |
| Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales, | | |
| su bello rostro teñía de un verecundo rubor | | |
| y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos: | 485 | |
| «Concédeme, genitor queridísimo» le dijo, «de una perpetua | | |
| virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana». | | |
| Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decor este, lo que deseas | | |
| que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna. | | |
| Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne, | 490 | |
| y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan; | | |
| y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas, | | |
| como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante | | |
| o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó, | | |
| así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo | 495 | |
| él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor. | | |
| Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos | | |
| y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes, | | |
| a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no | | |
| es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos | 500 | |
| y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros: | | |
| lo que oculto está, mejor lo supone. Huye más veloz que el aura | | |
| ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene: | | |
| «¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo; | | |
| ¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león, | 505 | |
| así del águila con ala temblorosa huyen las palomas, | | |
| de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte. | | |
| Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas | | |
| tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor. | | |
| Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego | 510 | |
| corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo. | | |
| A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte, | | |
| no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños, | | |
| hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes | | |
| de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra, | 515 | |
| y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven; | | |
| Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido, | | |
| y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios. | | |
| Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta | | |
| más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo. | 520 | |
| Hallazgo la medicina mío es, y auxiliador por el orbe | | |
| se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos: | | |
| ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable, | | |
| y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos». | | |
| Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia | 525 | |
| huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás, | | |
| entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos, | | |
| y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas, | | |
| y leve el aura atrás daba, empujándolos, sus cabellos, | | |
| y acrecióse su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más | 530 | |
| perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba | | |
| el propio amor, a tendido paso sigue sus plantas. | | |
| Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo, | | |
| ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación: | | |
| el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla | 535 | |
| espera, y con su extendido morro roza sus plantas; | | |
| la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios | | |
| mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja: | | |
| así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor. | | |
| Aun así el que persigue, por las alas ayudado del amor, | 540 | |
| más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva | | |
| acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta. | | |
| Sus fuerzas ya consumidas palideció ella y, vencida | | |
| por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas: | | |
| «Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis, | 545 | |
| por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura». | | |
| Apenas la plegaria acabó un entumecimiento pesado ocupa su organismo, | | |
| se ciñe de una tenue corteza su blando tórax, | | |
| en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen, | | |
| el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende, | 550 | |
| su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella. | | |
| A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra | | |
| siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho, | | |
| y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros, | | |
| besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño. | 555 | |
| Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser, | | |
| el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán | | |
| a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas. | | |
| Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz | | |
| el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas. | 560 | |
| En las jambas augustas tú misma, fidelísisma guardiana, | | |
| ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás, | | |
| y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos, | | |
| tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores». | | |
| Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea | 565 | |
| asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa. | | |
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Júpiter e Ío (I)
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| Hay un bosque en la Hemonia al que por todos lados cierra, acantilada, | | |
| una espesura: le llaman Tempe. Por ellos el Peneo, desde el profundo | | |
| Pindo derramándose, merced a sus espumosas ondas, rueda, | | |
| y en su caer pesado nubes que agitan tenues | 570 | |
| humos congrega, y sobre sus supremas espesuras con su aspersión | | |
| llueve, y con su sonar más que a la vecindad fatiga. | | |
| Ésta la casa, ésta la sede, éstos son los penetrales del gran | | |
| caudal; en ellos aposentado, en su caverna hecha de escollos, | | |
| a sus ondas leyes daba, y a las ninfas que honran sus ondas. | 575 | |
| Se reúnen allá las paisanas corrientes primero, | | |
| ignorando si deben felicitar o consolar al padre: | | |
| rico en álamos el Esperquío y el irrequieto Enipeo | | |
| y el Apídano viejo y el lene Anfriso y el Eante, | | |
| y pronto los caudales otros que, por donde los llevara su ímpetu a ellos, | 580 | |
| hacia el mar abajan, cansadas de su errar, sus ondas. | | |
| El Ínaco solo falta y, en su profunda caverna recóndito, | | |
| con sus llantos aumenta sus aguas y a su hija, tristísimo, a Ío, | | |
| plañe como perdida; no sabe si de vida goza | | |
| o si está entre los manes, pero a la que no encuentra en ningún sitio | 585 | |
| estar cree en ningún sitio y en su ánimo lo peor teme. | | |
| La había visto, de la paterna corriente regresando, Júpiter | | |
| a ella y: «Oh virgen de Júpiter digna y que feliz con tu | | |
| lecho ignoro a quién has de hacer, busca», le había dicho, «las sombras | | |
| de esos altos bosques», y de los bosques le había mostrado las sombras, | 590 | |
| «mientras hace calor y en medio el sol está, altísimo, de su orbe, | | |
| que si sola temes en las guaridas entrar de las fieras, | | |
| segura con la protección de un dios, de los bosques el secreto alcanzarás, | | |
| y no de la plebe un dios, sino el que los celestes cetros | | |
| en mi magna mano sostengo, pero el que los errantes rayos lanzo: | 595 | |
| no me huye», pues huía. Ya los pastos de Lerna, | | |
| y, sembrados de árboles, de Lirceo había dejado atrás los campos, | | |
| cuando el dios, produciendo una calina, las anchas tierras | | |
| ocultó, y detuvo su fuga, y le arrebató su pudor. | | |
| Entre tanto Juno abajo miró en medio de los campos | 600 | |
| y de que la faz de la noche hubieran causado unas nieblas voladoras | | |
| en el esplendor del día admirada, no que de una corriente ellas | | |
| fueran, ni sintió que de la humedecida tierra fueran despedidas, | | |
| y su esposo dónde esté busca en derredor, como la que | | |
| ya conociera, sorprendido tantas veces, los hurtos de su marido. | 605 | |
| Al cual, después de que en el cielo no halló: «O yo me engaño | | |
| o se me ofende», dice, y deslizándose del éter supremo | | |
| se posó en las tierras y a las nieblas retirarse ordenó. | | |
| De su esposa la llegada había presentido, y en una lustrosa | | |
| novilla la apariencia de la Ináquida había mutado él | 610 | |
| -de res también hermosa es-: la belleza la Saturnia de la vaca | | |
| aunque contrariada aprueba, y de quién, y de dónde, o de qué manada | | |
| era, de la verdad como desconocedora, no deja de preguntar. | | |
| Júpiter de la tierra engendrada la miente, para que su autor | | |
| deje de averiguar: la pide a ella la Saturnia de regalo. | 615 | |
| ¿Qué iba a hacer? Cruel cosa adjudicarle sus amores, | | |
| no dárselos sospechoso es: el pudor es quien persuade de aquello, | | |
| de esto disuade el amor. Vencido el pudor habría sido por el amor, | | |
| pero si el leve regalo, a su compañera de linaje y de lecho, | | |
| de una vaca le negara, pudiera no una vaca parecer. | 620 | |
| Su rival ya regalada no en seguida se despojó la divina | | |
| de todo miedo, y temió de Júpiter, y estuvo ansiosa de su hurto | | |
| hasta que al Arestórida para ser custodiada la entregó, a Argos. | | |
|
Argos
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| De cien luces ceñida su cabeza Argos tenía, | | |
| de donde por sus turnos tomaban, de dos en dos, descanso, | 625 | |
| los demás vigilaban y en posta se mantenían. | | |
| Como quiera que se apostara miraba hacia Ío: | | |
| ante sus ojos a Ío, aun vuelto de espaldas, tenía. | | |
| A la luz la deja pacer; cuando el sol bajo la tierra alta está, | | |
| la encierra, y circunda de cadenas, indigno, su cuello. | 630 | |
| De frondas de árbol y de amarga hierba se apacienta, | | |
| y, en vez de en un lecho, en una tierra que no siempre grama tiene | | |
| se recuesta la infeliz y limosas corrientes bebe. | | |
| Ella, incluso, suplicante a Argos cuando sus brazos quisiera | | |
| tender, no tuvo qué brazos tendiera a Argos, | 635 | |
| e intentando quejarse, mugidos salían de su boca, | | |
| y se llenó de temor de esos sonidos y de su propia voz aterróse. | | |
| Llegó también a las riberas donde jugar a menudo solía, | | |
| del Ínaco a las riberas, y cuando contempló en su onda | | |
| sus nuevos cuernos, se llenó de temor y de sí misma enloquecida huyó. | 640 | |
| Las náyades ignoran, ignora también Ínaco mismo | | |
| quién es; mas ella a su padre sigue y sigue a sus hermanas | | |
| y se deja tocar y a sus admiraciones se ofrece. | | |
| Por él arrancadas el más anciano le había acercado, Ínaco, hierbas: | | |
| ella sus manos lame y da besos de su padre a las palmas | 645 | |
| y no retiene las lágrimas y, si sólo las palabras le obedecieran, | | |
| le rogara auxilio y el nombre suyo y sus casos le dijera. | | |
| Su letra, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó, | | |
| de indicio amargo de su cuerpo mutado actuó. | | |
| «Triste de mí», exclama el padre Ínaco, y en los cuernos | 650 | |
| de la que gemía, y colgándose en la cerviz de la nívea novilla: | | |
| «Triste de mí», reitera; «¿Tú eres, buscada por todas | | |
| las tierras, mi hija? Tú no encontrada que hallada | | |
| un luto eras más leve. Callas y mutuas a las nuestras | | |
| palabras no respondes, sólo suspiros sacas de tu alto | 655 | |
| pecho y, lo que solo puedes, a mis palabras remuges. | | |
| Mas a ti yo, sin saber, tálamos y teas te preparaba | | |
| y esperanza tuve de un yerno la primera, la segunda de nietos. | | |
| De la grey ahora tú un marido, y de la grey hijo has de tener. | | |
| Y concluir no puedo yo con mi muerte tan grandes dolores, | 660 | |
| sino que mal me hace ser dios, y cerrada la puerta de la muerte | | |
| nuestros lutos extiende a una eterna edad». | | |
| Mientras de tal se afligía, lo aparta el constelado Argos | | |
| y, arrancada a su padre, a lejanos pastos a su hija | | |
| arrastra; él mismo, lejos, de un monte la sublime cima | 665 | |
| ocupa, desde donde sentado otea hacia todas partes. | | |
| Tampoco de los altísimos el regidor los males tan grandes de la Forónide | | |
| más tiempo soportar puede y a su hijo llama, al que la lúcida Pléyade | | |
| de su vientre había parido, y que a la muerte dé, le impera, a Argos. | | |
| Pequeña la demora es la de las alas para sus pies, y la vara somnífera | 670 | |
| para su potente mano tomar, y el cobertor para sus cabellos. | | |
| Ello cuando dispuso, de Júpiter el nacido desde el paterno recinto | | |
| salta a las tierras. Allí, tanto su cobertor se quitó | | |
| como depuso sus alas, de modo que sólo la vara retuvo: | | |
| con ella lleva, como un pastor, por desviados campos unas cabritas | 675 | |
| que mientras venía había reunido, y con unas ensambladas avenas canta. | | |
| Por esa voz nueva, y cautivado el guardián de Juno por su arte: | | |
| «Mas tú, quien quiera que eres, podrías conmigo sentarte en esta roca», | | |
| Argos dice, «pues tampoco para el rebaño más fecunda en ningún | | |
| lugar hierba hay, y apta ves para los pastores esta sombra». | 680 | |
| Se sienta el Atlantíada, y al que se marchaba, de muchas cosas hablando | | |
| detuvo con su discurso, al día, y cantando con sus unidas | | |
| cañas vencer sus vigilantes luces intenta. | | |
| Él, aun así, pugna por vencer sobre los blandos sueños | | |
| y aunque el sopor en parte de sus ojos se ha alojado, | 685 | |
| en parte, aun así, vigila; pregunta también, pues descubierta | | |
| la flauta hacía poco había sido, en razón de qué fue descubierta. | | |
|
Pan y Siringe
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| Entonces el dios: «De la Arcadia en los helados montes», dice, | | |
| «entre las hamadríadas muy célebre, las Nonacrinas, | | |
| náyade una hubo; las ninfas Siringe la llamaban. | 690 | |
| No una vez, no ya a los sátiros había burlado ella, que la seguían, | | |
| sino a cuantos dioses la sombreada espesura y el feraz | | |
| campo hospeda; a la Ortigia en sus aficiones y con su propia virginidad | | |
| honraba, a la diosa; según el rito también ceñida de Diana, | | |
| engañaría y podría creérsela la Latonia, si no | 695 | |
| de cuerno el arco de ésta, si no fuera áureo el de aquélla; | | |
| así también engañaba. Volviendo ella del collado Liceo, | | |
| Pan la ve, y de pino agudo ceñido en su cabeza | | |
| tales palabras refiere...». Restaba sus palabras referir, | | |
| y que despreciadas sus súplicas había huido por lo intransitable la ninfa, | 700 | |
| hasta que del arenoso Ladón al plácido caudal | | |
| llegó: que aquí ella, su carrera al impedirle sus ondas, | | |
| que la mutaran a sus líquidas hermanas les había rogado, | | |
| y que Pan, cuando presa de él ya a Siringa creía, | | |
| en vez del cuerpo de la ninfa, cálamos sostenía lacustres, | 705 | |
| y, mientras allí suspira, que movidos dentro de la caña los vientos | | |
| efectuaron un sonido tenue y semejante al de quien se lamenta; | | |
| que por esa nueva arte y de su voz por la dulzura el dios cautivado: | | |
| «Este coloquio a mí contigo», había dicho, «me quedará», | | |
| y que así, los desparejos cálamos con la trabazón de la cera | 710 | |
| entre sí unidos, el nombre retuvieron de la muchacha. | | |
|
Júpiter e Ío (II)
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| Tales cosas cuando iba a decir ve el Cilenio que todos | | |
| los ojos se habían postrado, y cubiertas sus luces por el sueño. | | |
| Apaga al instante su voz y afirma su sopor, | | |
| sus lánguidas luces acariciando con la ungüentada vara. | 715 | |
| Y, sin demora, con su falcada espada mientras cabeceaba le hiere | | |
| por donde al cuello es confín la cabeza, y de su roca, cruento, | | |
| abajo lo lanza, y mancha con su sangre la acantilada peña. | | |
| Argos, yaces, y la que para tantas luces luz tenías | | |
| extinguido se ha, y cien ojos una noche ocupa sola. | 720 | |
| Los recoge, y del ave suya la Saturnia en sus plumas | | |
| los coloca, y de gemas consteladas su cola llena. | | |
| En seguida se inflamó y los tiempos de su ira no difirió | | |
| y, horrenda, ante los ojos y el ánimo de su rival argólica | | |
| le echó a la Erinis, y aguijadas en su pecho ciegas | 725 | |
| escondió, y prófuga por todo el orbe la aterró. | | |
| Último restabas, Nilo, a su inmensa labor; | | |
| a él, en cuanto lo alcanzó y, puestas en el margen de su ribera | | |
| sus rodillas, se postró, y alzada ella de levantar el cuello, | | |
| elevando a las estrellas los semblantes que sólo pudo, | 730 | |
| con su gemido, y lágrimas, y luctuoso mugido | | |
| con Júpiter pareció quejarse, y el final rogar de sus males. | | |
| De su esposa él estrechando el cuello con sus brazos, | | |
| que concluya sus castigos de una vez le ruega y: «Para el futuro | | |
| deja tus miedos», dice; «nunca para ti causa de dolor | 735 | |
| ella será», y a las estigias lagunas ordena que esto oigan. | | |
| Cuando aplacado la diosa se hubo, sus rasgos cobra ella anteriores | | |
| y se hace lo que antes fue: huyen del cuerpo las cerdas, | | |
| los cuernos decrecen, se hace de su luz más estrecho el orbe, | | |
| se contrae su comisura, vuelven sus hombros y manos, | 740 | |
| y su pezuña, disipada, se subsume en cinco uñas: | | |
| de la res nada queda a su figura, salvo el blancor en ella, | | |
| y al servicio de sus dos pies la ninfa limitándose | | |
| se yergue, y teme hablar, no a la manera de la novilla | | |
| muja, y tímidamente las palabras interrumpidas reintenta. | 745 | |
| Ahora como diosa la honra, celebradísima, la multitud vestida de lino. | | |
| Ahora que Épafo generado fue de la simiente del gran Júpiter por fin | | |
| se cree, y por las ciudades, juntos a los de su madre, | | |
| templos posee. | | |
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